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'Cofre de clásicos': algunos fragmentos de una recopilación que sale de lo que es habitual


Cofre de clásicos, compilado por Seve Calleja, es una recopilación de fábulas, leyendas y cuentos de todo tiempo y latitud, que se sale de las recopilaciones al uso. Os invitamos a leer algunos ejemplos:


EL BÚHO Y EL PALOMO ( Rafael Pombo)

Rafael Pombo (Bogotá, 1833-1913) hijo de familia ilustre, dejó un día su labor de

ingeniero para volcarse en la literatura, en la que destaca como gran poeta, ensayista y

autor de literatura infantil, con obras como Cuentos pintados, Cuentos morales para

niños formales o Fábulas y verdades, a las que perteneces esta fábula.


Érase un búho, dechado

de egoísmo el más perfecto,

de todo siempre esquivado,

cual si diera resfriado

su agrio, antipático aspecto.

"Por qué me aborrecerán?";

Dijo irritado y confuso

a un palomito galán.

"Por culpa tuya", él repuso:

"Ama, oh, búho y te amarán".

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EL COLIBRÍ (leyenda guaraní)


El silencio y la oscuridad volvían a adueñarse de aquella celda a la que apenas iluminaba un

minúsculo ventanuco que daba a un patio interior y junto al que casi siempre había un rostro pegado

a los barrotes, ensimismado durante el día, con los trinos de algún que otro pájaro y, por las noches,

observando el firmamento. Alguien comentó que podía ser el enajenado protagonista del Romance

del Prisionero, aquel al que uno de los guardianes de la prisión había matado al ave que venía a

cantarle cada mañana y a la que él solía pagar con migajas de su escasa ración de pan.

-Ven y acércate al grupo, amigo, que yo te contaré la historia de la más pequeña y deliciosa

ave que se conoce en el mundo– le susurró un compañero de celda que se le había acercado.

Era aquel un indio guaraní traído como sirviente por los jesuitas de las regiones amazónicas

del Paraguay. Antes de caer preso, había sido apartado de entre el botín de unos corsarios genoveses

para ser vendido a unos ricos comerciantes del reino de Nápoles. Pero nadie, ni él mismo siquiera,

sabía la razón de su cautiverio.

-Hay en la selva de la que provengo –comenzó a contar el indio- un diminuto pájaro llamado

minumbú que, con su incesante y veloz aleteo, es capaz de permanecer mirando largamente a los

ojos a una flor...

-Creo haber visto un pájaro semejante en el reino de Maabar, en vastas regiones sureñas de

la India –interrumpió el joven Polo-, pues en aquellos reinos las bestias y los pájaros son bien

diferentes de los nuestros...

-Mejor que ahora le dejes contar a él su historia, amigo Marco –le pidió Rustichello.

Y así fue como el indio relató su leyenda:

Ésta es la historia de dos amantes a los que el destino forzaba a vivir separados por el odio

de los demás y a verse sólo a escondidas.

Flor, hermosa joven de grandes ojos negros, amaba a un muchacho llamado Ágil. Este

pertenecía a una tribu enemiga y, por lo tanto, sólo podían verse a escondidas. Al atardecer, los

dos novios se reunían en un bosquecillo, junto a un arroyo juguetón, que ponía un reflejo plateado

en la penumbra verde.

Los dos jóvenes sólo podían estar juntos unos instantes, pues de lo contrario despertarían

las sospechas de la tribu de Flor. Pero desgraciadamente, una amiga de ésta, celosa de su

hermosura y de su suerte, descubrió un día el secreto de la joven y se apresuró a comunicárselo al

jefe de la tribu. Así que Flor no pudo volver a ver más a Ágil.

Luna, que conocía la pena del enamorado, le dijo una noche:

-Ayer vi a Flor, que lloraba, pues la querían unir con un hombre de su tribu. Desesperada,

pedía a Tupá que le quitara la vida, que hiciera cualquier cosa, con tal de librarla de aquel

momento terrible. Tupá, que escuchó la súplica de Flor, no la hizo morir, sino que la transformó en

una flor. Al menos, esto último fue lo que me lo contó mi amigo Viento.

-Dime, Luna ¿en qué clase de flor ha sido convertida mi enamorada?

-¡Ay, amigo, es no lo sé yo, ni siquiera lo sabe Viento!

-¡Tupá, Tupá! –gimió Ágil-. Yo sé que en los pétalos de Flor reconoceré el sabor de sus

besos. Yo sé que la he de encontrar. ¡Ayúdame tú a encontrarla!

En aquellos momentos, y ante el asombro de Luna, el tamaño de ágil fue menguando hasta

quedar convertido en un pequeño y delicado pájaro multicolor que salió volando.

Era un colibrí.

Y, desde entonces, el novio triste, convertido en colibrí, pasa sus días besando, ávida y

apresuradamente, los labios de las flores, buscando entre ellas a una, sólo a una.

Pero, según dicen los indios más viejos de las tribus, todavía no la ha encontrado.

Cuando el cautivo guaraní terminó su relato, aún resonaba por el aire de la celda el leve, casi

imperceptible, zumbido que todos habían asociado al aleteo del colibrí enamorado. Parecía un

zumbido dulce y armonioso que provenía del fondo del recinto, pero que era, en realidad, el sonido

de un violín. Y quien lo tocaba, era un humilde gitano que había estado diez años condenado a

galeras y al que, al caer enfermo, habían cambiado su condena por la de la prisión.





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